Se esconde tras una sonrisa que cualquiera podría quebrar. Camina por la calle tratando de buscarlo, por esas veredas rotas donde una vez caminaron, por donde alguna vez ella fue realmente feliz. Él nunca aparece. Vuelve a casa y se pone la máscara de hipócrita alegría.
Demonio disfrazado de ángel. A la madrugada se despierta, ve en el espejo un rostro ojeroso, recuerda cómo sus ojos brillaban hace 10 meses atrás, pero ahora sólo ve una mirada vacía, no le gusta lo que ve. El café hace que se despierte pero ella desearía seguir dormida.
Puntual como ninguna, recorre el colegio camino hacia las escaleras y en cada rincón del lugar aparecen espectros de los momentos dorados junto a él, hablándole, sonriéndole o sólo a su lado con algún grupo de amigos, momentos que ella prometió no olvidar jamás pero rápidamente desaparece ante sus ojos y sólo queda el ruido del silencio en una galería sombría. Sube las escaleras y mira a su costado, pero él y la conversación de aquél libro que tanto le gusta nunca llega. Cuando está arriba suele pasar por el aula en el que fue tan feliz, ve a sus compañeros alborotados, se ve con 14 años y unos bucles que le llegan a los hombros, la encantadora ingenuidad que irradiaba, los ve ahí. Respira hondo para no derrumbarse y se aleja.
Cada vez que lo ve pasar no puede evitar mirarlo, pero él sólo sigue caminando, mutilando unos "buenos días", una sonrisa. Sólo en sueños puede volver a sentir esa cálida cercanía que él solía brindarle, conversan, ella por fin puede sentirse libre de abrazarlo y expresar lo que de verdad siente, él se da cuenta, pero entonces suena el despertador.
Tiene que mantenerse fuerte todo el día, cada semana, cada mes.
Un atado, dos cigarrilos. El atardecer de Otoño le regala las primeras estrellas y ella enciende uno mientras se culpa, ¿por qué lo hace? Su perro le hace compañía y ella se apresura en terminarlo. Éste se consume rápido como los viejos tiempos que vivió. El sabor áspero queda en su garganta pero ya no le importa. Aprecia el cielo una vez más antes de volver adentro, se pregunta qué estará haciendo él y reflexiona sobre su propia vida, sobre cómo cambian las cosas con tanta velocidad. Se siente más grande pero observa el atado en sus manos y súbitamente confirma que es una idiota.
Encerrada en su habitación la oscuridad la envuelve y la esperanza se desvanece, el eco del nombre de él vuelve a cobrar vida en su mente, se da cuenta que no puede escapar del encanto y de esos ojos que vio 2 años atrás por primera vez. Ve una foto de los dos, la atesora para siempre.
Como acto de masoquismo pone una canción intensificando esos recuerdos, un tema que de algún modo define su dolor y entonces "Streets of Love" inunda el lugar. Cuando sale la luna ella trata de no hacer ruido para que nadie sospeche, y abrazada a su almohada en algún rincón de su habitación, llora.
Demonio disfrazado de ángel. A la madrugada se despierta, ve en el espejo un rostro ojeroso, recuerda cómo sus ojos brillaban hace 10 meses atrás, pero ahora sólo ve una mirada vacía, no le gusta lo que ve. El café hace que se despierte pero ella desearía seguir dormida.
Puntual como ninguna, recorre el colegio camino hacia las escaleras y en cada rincón del lugar aparecen espectros de los momentos dorados junto a él, hablándole, sonriéndole o sólo a su lado con algún grupo de amigos, momentos que ella prometió no olvidar jamás pero rápidamente desaparece ante sus ojos y sólo queda el ruido del silencio en una galería sombría. Sube las escaleras y mira a su costado, pero él y la conversación de aquél libro que tanto le gusta nunca llega. Cuando está arriba suele pasar por el aula en el que fue tan feliz, ve a sus compañeros alborotados, se ve con 14 años y unos bucles que le llegan a los hombros, la encantadora ingenuidad que irradiaba, los ve ahí. Respira hondo para no derrumbarse y se aleja.
Cada vez que lo ve pasar no puede evitar mirarlo, pero él sólo sigue caminando, mutilando unos "buenos días", una sonrisa. Sólo en sueños puede volver a sentir esa cálida cercanía que él solía brindarle, conversan, ella por fin puede sentirse libre de abrazarlo y expresar lo que de verdad siente, él se da cuenta, pero entonces suena el despertador.
Tiene que mantenerse fuerte todo el día, cada semana, cada mes.
Un atado, dos cigarrilos. El atardecer de Otoño le regala las primeras estrellas y ella enciende uno mientras se culpa, ¿por qué lo hace? Su perro le hace compañía y ella se apresura en terminarlo. Éste se consume rápido como los viejos tiempos que vivió. El sabor áspero queda en su garganta pero ya no le importa. Aprecia el cielo una vez más antes de volver adentro, se pregunta qué estará haciendo él y reflexiona sobre su propia vida, sobre cómo cambian las cosas con tanta velocidad. Se siente más grande pero observa el atado en sus manos y súbitamente confirma que es una idiota.
Encerrada en su habitación la oscuridad la envuelve y la esperanza se desvanece, el eco del nombre de él vuelve a cobrar vida en su mente, se da cuenta que no puede escapar del encanto y de esos ojos que vio 2 años atrás por primera vez. Ve una foto de los dos, la atesora para siempre.
Como acto de masoquismo pone una canción intensificando esos recuerdos, un tema que de algún modo define su dolor y entonces "Streets of Love" inunda el lugar. Cuando sale la luna ella trata de no hacer ruido para que nadie sospeche, y abrazada a su almohada en algún rincón de su habitación, llora.